Homo ludens

En las últimas fechas nos hemos visto saturados de espectáculos que se asocian a conceptos lúdicos: bien deportivos (los Juegos Olímpicos de Londres), bien cinematográficos (bajo el título, de dudoso gusto, de Los juegos del hambre), bien televisivos (con la excelente serie Juego de tronos). Estos ejemplos brindan testimonio de los diversos frentes desde los que se puede abordar esta actividad, que no es exclusiva del ser humano: la corriente emocional que se descarga al presenciar, en las distintas competiciones, la capacidad de superación de la persona a base de esfuerzo y sacrificio, pero también hasta dónde puede llegar su insana ambición, sus pasiones desmedidas, sus bajos instintos, cuando se torna la vida una simple cuestión de competencia o hedonismo.

Hay juegos que sirven para estimular el cuerpo. Otros, la mente. Pero aún quedan por mencionar los que no ejercitan nada. Son aquellos que apoltronan. Desgraciadamente han salido a la luz varios casos de políticos que, en vez de solucionar problemas, se evaden de ellos. Y, lo peor de todo, lo hacen desde las poltronas que ocupan gracias a nuestros votos, enorgulleciéndose, incluso, del marcador conseguido y publicándolo a los cuatro vientos. Si hubiera realmente una concepción deportiva del Estado, como debería haberla en cualquier ciudadano, experimentaríamos nuestra satisfacción no en este tipo de juegos envilecedores. Porque hacer cada uno lo que le corresponde y, además, hacerlo bien, es el cauce óptimo por donde orientar esta faceta lúdica de nuestra existencia.