Guardar la línea

Observemos la expresión, en su sintaxis desnuda, en su estricta literalidad: guardar la línea. Porque todos, lo queramos o no, guardamos una línea, y no sólo la marcada por el canon estético actual. Pero, de entre todos los tipos de línea, ¿cuáles, además de esta, seguimos?

La sociedad se frota las manos o se exaspera en estos tiempos ante la línea quebrada de los gráficos, propia del capitalismo salvaje, de una economía que sube y baja, ahora más lo segundo que lo primero. También se deja llevar por determinadas líneas insinuantes, acorde con la sensualidad curva del momento. Hablando de curvas, muchos individuos optan por una línea circular, la del ocio plano, sin ningún sentido, rodando, como ratones en las ruedas de sus jaulas, hacia ninguna parte. Y muchos otros prefieren guardar la línea horizontal, propia de la sociedad de consumo y del espectáculo vacuo, tumbados frente a un televisor, mirando lo que les echen.

Frente a estas líneas, yo desearía que el mundo aspirara a guardar una línea vertical: la de la cruz clavada en la tierra y vacía, la del Cristo que se eleva resucitado y la de la luz que resplandece en el cirio de Pascua. Recordemos, además, el Retrato de un hombre de pie (1956) de Salvador de Madariaga, porque si el hombre se irguió –de una vez por todas, frente al resto de animales– fue para conseguir la verticalidad necesaria, a fin de poder contemplar el horizonte, puestos sus ojos más allá del simple sustento que le daba la tierra.