Ciencia y fe en la adversidad

Mientras nuestra sociedad discute los valores éticos y morales de la llamada Ley de Muerte Digna, me topo con ejemplos de personas que, en vez de perder su tiempo vital en preocuparse por el dolor o la necesidad de su existencia, se concentran más bien en alcanzar una plenitud más allá de los inconvenientes físicos. Es gente que se ampara en la fe, pero también acude a la ciencia. Y es que ciencia y fe –mejor unidas que separadas, no adversarias sino benefactoras ante la adversidad– ayudan a vivir.

En la actualidad –y, presumiblemente, en el futuro– los adelantos científicos, plasmados en la tecnología, pueden alcanzar límites insospechados. Es posible una confianza en ellos tan ciega como la que nos brinda la vida espiritual, lo que permite que el camino sea más llevadero. Modelos de vida hay que tienen como guía la fe, la ciencia o ambos. Resultan innecesarios los ejemplos concretos, pues todos los tenemos presentes en nuestro magín o en nuestra experiencia, propia o ajena.

En definitiva, el desfallecimiento y el recurso a leyes como la que ahora se discute por parte de los estamentos políticos y religiosos suponen, en realidad, una serie de desconfianzas. Para los creyentes, en Dios; para los no creyentes, en la ciencia y la esperanza de que esta, hoy y mañana, salve cada vez más y mejor los obstáculos. Y esto último sorprende bastante, sobre todo por el positivismo –otra fe, pero sólo en el hecho científico– que tanto lleva a gala un amplio porcentaje de nuestros líderes sociales.