Lección magistral

Si hubiera estado en el encuentro del Papa con los profesores universitarios, dentro de los actos escurialenses de la JMJ, me hubiera enfundado el traje académico, tocado del birrete celeste y envuelto en la muceta del mismo color, remembranza de los defensores del dogma de la Inmaculada. A continuación, hubiera rezado por los profesores ausentes –a los que quizás les hubiera hecho más falta que a los presentes oír las palabras de Benedicto XVI– fomentadores de una visión de la Universidad que está muy lejos de su auténtica misión. Este es el tema del discurso del Pontífice, un asunto complejo, que encierra un mensaje profundo, pero que Su Santidad arropa en una expresión entendible para todos. Hubiera esbozado una leve sonrisa al oír la mención a mi querido Alfonso X, otro gran transmisor de ideas con enjundia guardadas en los sencillos joyeles que brinda nuestra lengua, a la que precisamente el Rey Sabio fue dando forma. En definitiva, el discurso de Benedicto XVI es una lección magistral, herramienta de enseñanza esta que, por desgracia, se ve denigrada por los modernos sistemas pedagógicos. Claridad de exposición para todo un proyecto de vida, ilusionante, que ya he colgado en las paredes de mi despacho. Por eso, al final de su intervención, si hubiera estado allí habría aplaudido con la mesura que propicia la admiración, a la vez que le diría –desde mi banco, como alumno emocionado– lo mismo que a los grandes maestros tras escuchar sus enormes lecciones: un entrañable gracias.